Si algo destacamos de nuestro día en Roma es la utilización de todos los medios de transporte habidos y por haber, el tren para llegar al centro de Roma que está a 90 km de Civitavechia, puerto de Roma, el metro para movernos por la ciudad y ver los monumentos y plazas que queríamos ver, y por último nuestros fatigados pies que se dieron un buen pateo.
En cuanto a los monumentos decir que Roma estaba atestada de guiris como nosotros que querían ver las mismas que nosotros y no era posible dar un paso sin ver el típico grupo. También era bueno, porque si no sabías por donde ir, sólo tenías que seguir la riada humana y seguro que desembocabas en algún sitio digno de ver, aunque no supieras qué era o como se llamaba.
Roma lo que tiene es que en el centro histórico por donde quiera que vayas te encuentras algo, una iglesia, una columna, una escalinata, en fin de todo.
Kanko no pudo resisitir la tentación, y a pesar de no encontrarse del todo bien, se metió en la primera Gelateria que vio a tomarse su helado de straciatella, que luego pagó caro porque tuvo que visitar los WC de media Roma.
En fin, estuvimos en los más típico:
La Fontana de Trevi, que casi no la veías de gente que había en una plaza tan pequeña.
La plaza de España, idem de lo mismo. Eso sí, había por allí cerca una calle que tenía todas las tiendas de marca que te puedas imaginar. La gente del barco la llamaba la calle de las lágrimas, porque eran las que echaban los maridos cuando sus mujeres se dejaban allí las tarjetas de crédito.
Destacar al hilo de esto, que los romanos viven para vestirse bien, porque van por la calle como si tu fueras a la ópera, incluso los que vendían en la calle, vestían mejor que nosotros, aunque para eso tampoco hace falta mucho.
Plaza de Venecia, impresiona lo grande que es. A pesar de la cantidad de gente que había seguía viéndose enorme.
Otro cosa a destacar es el tráfico que hay por Roma, con prácticamente ningún semáforo para regularlo, ni para cruzar los peatones, era simplemente lanzarte y a ver si paraban los coches. Aunque allí en plaza Venecia, vimos una cosa tan curiosa que pensamos que era una show para turistas o de cámara oculta, pero no, era real. Al más puro estilo del cine español de los años 60 en película como “Manolo Guardia Urbano”, en medio de una rotonda encima de un pedestal había un señor guardia con el mismo casco blanco y guantes blanco regulando el tráfico, y liando un cirio de cojones. Al rato llega otro guardia que por el uniforme debía ser el superior, este de azul y con gorra de plato, durante el momento en que le da el otro las novedades se ponen todos los coches a pitar y se ponen los dos al mismo tiempo a regular el tráfico. Todos los turistas estábamos allí echándole fotos, nos faltó echarle monedas.
El Coliseo nos pareció más grande de lo que esperábamos, y aunque no lo vimos por dentro, debido a las colas que había, tenía que impresionar.
El Foro romano, piedras que no entendíamos.
Terminamos en San Pedro, y aunque teníamos audiencia con el Papa no pudo atendernos porque se encontraba indispuesto. Después de ver a la Guardia Suiza, a algún que otro Cardenal al que no nos atrevimos a pedirle que posara que posara con nosotros, nos fuimos a nuestra estación de tren para volvernos al barco.
La vuelta en el tren fue menos agradable que la ida. Habíamos comprado unos billetes de ida y vuelta en un tren regional directo sin paradas, pero cuando llegamos a la estación de tren en San Pedro para volver, por miedo a quedarnos allí y no llegar a tiempo al barco, nos subimos en el tren regional con paradas que iba atestado de gente, y tardó en llegar más de lo previsto, por lo que volvimos al barco con el tiempo justo. Pero no nos pasó solo a nosotros, por lo visto hubo gente que iba en excursiones organizadas que también perdieron el autobús y tuvo que coger un taxi para llegar al barco.
A pesar de lo cansados que estábamos, teníamos unas entradas para ir a ver el espectáculo en la pista de hielo, y no quisimos desaprovecharlas. Realmente valió la pena. Si algo se puede decir de los espectáculos del barco es que son profesionales, y saben hacer que la gente participe y se divierta.
Esa noche fue la primera que Kanko pudo ir a cenar la restaurante que teníamos asignado para cenar y conocer a nuestros compañeros de mesa. Cuando llegas al barco y te dan la Seapas te asignan una mesa y un horario de comida, que luego puedes cambiar si quieres. Nuestra mesa es de andaluces, gaditanos y malagueños, y también unas hermanas francesas muy simpáticas. La camarera que nos atiende y su ayudante son muy amables, y al servicio y la comida no le puedes poner ninguna pega, te atienden como si estuvieras en el Titanic, aunque no siempre tienes que ir tan arreglado como dicen.